28.
Cuando Caitlin llegó a la ciudad, una multitud de casi veinte hombres ya se había reunido delante de la cárcel. Mientras se abría camino por la calle, en dirección a la oficina del doctor, podía oírlos gritar.
—¡Vamos a colgar al muy cabrón! ¡Justicia, Beiler! ¡Queremos justicia!
Se detuvo en el borde del paseo, frente a la oficina del médico, con la mirada fija en las pequeñas ventanas con rejas, dominio del Marshall, justo al otro lado del camino. Ace y sus hermanos estaban allí en alguna parte. Les imaginó en las tristes celdas, con la mirada fija en los barrotes que los tenían prisioneros. Tenían que estar asustados. Sabía seguro que era así. Esos hombres querían sangre, y por el ruido que hacían, no estarían satisfechos hasta que lo consiguieran.
En un momento de desesperación, Caitlin tuvo la idea de ayudar a su marido y sus hermanos a fugarse de la cárcel. Era buena con el rifle. Esta idea no llegó más allá, dado la imposibilidad de que pudiera conseguirlo.
Era una locura. La locura absoluta. No podía vencer a veinte hombres armados, al igual que un cerdo tampoco podía volar. Era estúpido tan solo considerarlo y Ace hubiera sido el primero en decírselo.
Una profunda sensación de impotencia la inundó. Sintió frío en su interior. Su marido, su vida entera, estaba allí en esa cárcel, y no había nada que pudiera hacer para ayudarlo.
A Caitlin le costó toda su fuerza de voluntad darle la espalda a la cárcel y entrar en el consultorio del médico. Patrick yacía herido. Podría morir. Necesitaba estar con él en estos momentos. Y en el fondo, sabía que era lo que a Ace le gustaría que hiciera. Si supiese que había tenido la idea de irrumpir en la cárcel, estaría horrorizado. ¿Estás bien de la cabeza? le preguntaría. Y la triste verdad era que él tendría razón. Le gustara o no, no tenía más remedio que hacer lo que las mujeres habían estado haciendo desde el principio de los tiempos, esperar y rezar.
El consultorio del Doctor Halloway estaba tal y como Caitlin recordaba. Un revoltijo de libros de medicina que se alineaban en las paredes del despacho, alrededor de las utilitarias sillas con patas de metal y asientos de cuero desgastado. Al lado de la rayada puerta de roble, que llevaba al quirófano, colgaba un retrato de una niña pequeña con mermelada roja untada en la cara y delantal blanco. Con el paso de los años, Caitlin había mirado esa imagen durante incontables horas, mientras esperaba a que Doc terminase con sus otros pacientes y le llegase el turno de tratar sus lesiones.
Una vez, había ido a él con una muñeca rota. En otra ocasión, laceraciones en la espalda y en las piernas, producidas por la hebilla del cinturón de su padre, la habían llevado a buscar la ayuda de Doc. Incluso había venido una vez con los dientes frontales sueltos, los cuales había logrado salvar utilizando un retén de alambre, para mantener los dientes fijos, hasta que sanaron.
Doc siempre la había curado y nunca hacía preguntas. Incluso había renunciado a sus honorarios habituales, la mayoría de las veces, con el conocimiento de que había ido a verlo a escondidas y que, si su padre se enteraba de que había ido allí, pondría el grito en el cielo. Conor O'Shannessy había sido extraño a su manera. Después de las borracheras, quería fingir que nunca habían sucedido, y quería que ella hiciera lo mismo. A veces, debido a sus lesiones, era simplemente imposible.
Caminó hacia la puerta que conducía al interior del consultorio médico, Caitlin contuvo la respiración antes de llamar. Casi de inmediato, oyó abrirse y cerrarse otra puerta en algún lugar, seguido por el ruido familiar de los pasos de Doc. Un segundo más tarde, la puerta de roble se abrió y Doc estaba allí, de pie, como lo había estado una docena de veces en los últimos años, con una expresión bondadosa, llena de silenciosa comprensión. Sólo que esta vez, Caitlin dudaba que fuese capaz de solucionar lo que la aquejaba.
—¡Caitlin! Adelante, muchacha. Entra.
Andaba encorvado por la edad y el sobrepeso, dada su escasa actividad física, el anciano se rascó la cabeza canosa y empujó las gafas hacia arriba de su abultada nariz, mientras daba un paso hacia atrás para permitirle entrar. Los ojos azules, detrás de los gruesos cristales de las gafas, estaban nublados por la tristeza. Siempre había sido una de las cosas más agradables de Doc, realmente se preocupaba por la gente. Caitlin le dio un rápido beso en la mejilla.
—Hola, Doc. Hacía ya tiempo.
—¿Y no estamos contentos con eso?
Caitlin no pudo evitar sonreír. Estaba tembloroso, seguro, pero tenía la misma sonrisa de siempre. Realmente quería a este anciano. Debido a su profesión, era la única persona del pueblo que sabía exactamente lo mal que lo había pasado a veces. Excepto por el ataque de Cruise Dublín, por supuesto. A pesar de que estuvo sangrado durante varios días, estaba demasiado avergonzada como para pedirle que la curase. . Hasta Ace, nunca le había contado a nadie nada de esa noche.
Ace. Caitlin se dio cuenta de que había estado bloqueada hasta que había tenido el impulso de buscar la ayuda de Doc. Ahora podía incluso oír el sonido de las voces de los hombres a través de la calle. Se negaba a aceptar lo que presagiaban los gritos furiosos. Supuso que las mujeres siempre hacían eso, engañarse a sí mismas, pretender que las cosas no estaban tan mal como realmente estaban, en un intento de mantener la cordura.
—¿Cómo esta Patrick? —preguntó, sintiéndose de repente, como si estuviera mirando el mundo a través de una delgada capa de algodón.
Doc negó con la cabeza.
—No está bien. Tiene fiebre alta, cariño. He hecho todo lo que he podido. Limpié la herida. Lo he cosido por dentro y por fuera. Ahora le toca a Dios.
—Me gustaría sentarme con él un rato. ¿Puedo?
—Claro.
Doc arrastró los pies y se situó delante de ella, con los bajos de los pantalones grises arrastrando por el suelo. Llevaba tirantes pero, típico de Doc, se había quitado los tirantes de color rojo brillante de los hombros dejándolos colgar, inútilmente, en la cintura. Nunca había sido una persona que se preocupase demasiado por la apariencia. Tenía mayores preocupaciones, sobre todo, sus pacientes.
—Por aquí, muchacha. Está en un catre en el quirófano.
A Caitlin le llegó el olor a desinfectante y éter a la nariz mientras entraba en la habitación con poca luz. En el centro estaba la mesa de operaciones, sobre la cual suspendían tres lámparas apagadas. Muchas veces habían estado en esa mesa, cegada por las luces del techo, mientras que Doc la curaba.
—Apagué las luces —explicó el doctor—. Pensé que podría descansar mejor de esa manera —Se acercó a la cama, luego se volvió y fijó en ella una mirada pensativa—. No había estado bebiendo cuando lo trajeron —Se encogió de hombros—. Pensé que te gustaría saberlo. Había estado bebiendo mucho en los últimos meses. No te podía agradar, no después de lo que el licor hizo con tu padre. Nunca conocí a un hombre mejor que Conor O'Shannessy sobrio. Sin embargo, se comportaba peor que un caballo loco cuando se emborrachaba. Patrick es igual, me temo.
Caitlin se llevó una mano a la cintura, contenta de que algo la distrajera del cuerpo inanimado en el camastro de la habitación. Era más de lo que podría enfrentarse. Se le revolvió el estómago, sentía ardor.
—Él, mmm… ¿no olía a whisky cuando lo trajeron? ¿Estás seguro?
—Puedo oler la bebida a la legua. Supongo que no había tomado nada durante un par de días. Es algo que perdura en un hombre que bebe a menudo. Un médico desarrolla una nariz para detectarlo después de un tiempo.
Su respuesta fue dura.
—Estaba borracho, borracho como una cuba, cuando lo vi hace tres días. Tuvimos algunas palabras. Le dije que no quería volver a verlo.
—Ah… —Doc miró a su paciente—. Eso, probablemente, lo explica todo. No puedo decir mucho por el muchacho, ni por cómo se ha comportado en los últimos meses, pero nadie puede dudar de que quiere a su hermana. Le debió llegar bastante profundo que le dijeses algo como eso.
—Sí. Bueno, no lo sé. Supongo que, tal vez.
Doc le guiñó un ojo.
—Yo diría que trató de dejar de beber. Está bien que lo sepas, ¿vale? Sin importar como termine esto.
¿Bien? Caitlin quería ponerse de rodillas y llorar. Y pensar que su hermano había pasado los últimos tres días pensando en ella, que lo había intentado, una vez más, que se había mantenido alejado del whisky…y esta vez, sin su ayuda. Oh, Dios. Ahora se estaba muriendo, y ella ni siquiera podía estar segura de sí la oiría, si le decía lo mucho que lo quería.
La muerte era definitiva. No daba una segunda oportunidad. Caitlin se abrazaba mientras se movía por la habitación para observar a su hermano. En la oscuridad, su piel estaba tan pálida que le recordaba a la barriga de un pez. El pelo pelirrojo, que destacaba contra la funda de almohada blanca almidonada, estaba revuelto.
—Oh, Paddy —susurró con voz temblorosa—. Oh, Dios.
Doc le apoyó una mano en el hombro.
—Calma, calma, Caitlin, muchacha. Podría sorprendernos y salir adelante, ya sabes. No debemos perder la esperanza. Es joven y fuerte.
Caitlin se sentó en la silla de respaldo recto que le señaló Doc y que estaba junto al camastro. Todavía se sentía caliente. Se dio cuenta de que el doctor había estado velando junto a la cama de su hermano. Debería haberlo sabido. Doc siempre lo daba todo. En una pequeña mesa, cerca de la mano, había un recipiente con agua. Con manos temblorosas, escurrió el trapo y limpió el rostro febril de su hermano.
—¡Caitlin! —gritó Patrick, de repente—. Tengo que decir… tengo que…
—Ha estado hablando bajo el efecto de la fiebre —Le advirtió Doc—. Repite tu nombre mucho y dice todo tipo de cosas extrañas. Con la fiebre tan alta, es de esperar.
Caitlin echó hacia atrás la sabana almidonada para mirar la venda que envolvía el torso de su hermano. Se horrorizó al ver que la sangre se había filtrado a través de las tiras de tela. No era la primera vez que veía heridas de bala, sabía el daño que podría producirse cuando el plomo entraba por un lado del cuerpo y salía por el otro. Patrick había recibido un disparo en la espalda.
—Oh, Dios mío. La bala lo atravesó ¿verdad?
—Cálmate. No es tan malo como parece. Mejor así, en realidad. La bala le atravesó limpiamente e hizo la mayor parte del daño al salir, en lugar de dentro de él. No está escupiendo sangre, lo que significa que no tocó al pulmón. Si miras más de cerca, verás que el plomo salió por el lado. Probablemente debido al ángulo en el que fue disparado. Si a una herida de bala se le puede llamar una buena herida, ésta es una.
Caitlin miró la mancha de sangre y vio que la parte más oscura de la filtración estaba a la derecha.
—¿Crees que daño algo vital?
—Ruego para que no sea así. Sólo el tiempo lo dirá. Estoy agradecido de que saliese. No he tenido que escarbar para sacarla. Eso es una ventaja. Y hay que recordar, que una bala hace el mayor daño donde se aloja, dentro de un hombre, o al buscar la salida. En este caso, creo que hizo un pase limpio. Verdaderamente, lo creo. Incluso un órgano vital puede sanar, ¿sabes? Lo he visto alguna vez. Por otra parte, también heridas superficiales pueden matar a un hombre. Como he dicho, le toca a Dios en este momento, cariño.
Es lo que Dios quiera. Caitlin cerró los ojos pesando en eso. Cuando volvió a mirar al viejo médico, le preguntó:
—¿Sabes lo que pasó, Doc? ¿Dónde estaba Patrick cuando le dispararon?
—Dijeron que fue en el exterior de la pocilga. Cuidando de los cerdos, sería mi conjetura. El tirador estaba en la colina detrás de la casa, de acuerdo con los cálculos del “buen Marshall”. Usó un rifle de largo alcance, por eso estaba a tiro.
El doctor dijo "buen Marshall" con sarcasmo inconfundible. Aunque Estyn Beiler había logrado ser reelegido año tras año, había un montón de gente en No Name que no pensaban muy bien de él. Pero no había muchos hombres con el temperamento necesario para hacer cumplir de la ley. Al igual que en la mayoría de las ciudades pequeñas, los riesgos eran altos y los salarios bajos. En época de elecciones, Beiler era generalmente el único nombre posible para poner en la papeleta. El hombre tenía inclinación a beber y a jugar al póker, algo que no era estrictamente admirable en un funcionario electo, pero la gente tiende a pasar por alto eso. Alguien tenía que llevar un distintivo y defender la ley.
Caitlin sintió una oleada de ira.
—Odio a ese hombre. Si se sale con la suya, mi marido irá a la horca por esto. Y, sé lo que estoy diciendo, Ace no lo hizo. No voy a fingir que no sea capaz de disparar alguien. Todos sabemos que no es cierto. Pero no se escondería en la colina y dispararía a un hombre por la espalda. Sólo un cobarde haría una cosa así, y mi marido no es un cobarde.
—Estoy de acuerdo.
Caitlin levantó la mirada, incapaz de ocultar su sorpresa.
—¿En serio?
Doc sonrió.
—Esa es otra cosa que he aprendido bastante bien a lo largo de los años, a juzgar a la gente. Conozco a Ace Keegan desde que llegó a la ciudad, lo he observado bien. Yo diría que es un hombre duro, pero una buena persona.
—¡Oh, doctor! Debería haber sabido que tú estarías de mi parte. ¿Me vas a ayudar? Por favor, ¡ve ahí fuera y dale algo de sentido común a esos hombres! Haz que se detenga esta locura.
—Ah, cariño. Sí que soy un amigo, sin lugar a dudas. Pero no muy influyente, me temo. Para la gente de aquí, sólo soy el viejo médico excéntrico que tiene problemas para mantener sus pantalones en su sitio. Vienen a mí cuando tienen una uña enterrada y por alguna grave enfermedad ocasional. De lo contrario, piensan que estoy como una cabra.
Caitlin sabía que decía la verdad. A la gente le gusta Doc, pero la mayoría de ellos eran de la opinión de que era un poco extraño. Tal vez lo era. Para Caitlin, era un buen tipo de rareza.
Apretó el anillo de diamantes, que su marido le había colocado en el dedo, llena de dolor por la preocupación por él.
—Amo a Ace Keegan con todo mi corazón.
—Sé que es así —Doc se frotó la barbilla—. Y yo le ayudaría si pudiera. Honestamente, lo haría.
—Lo sé —Caitlin lo sabía.
¿Cuándo había ido alguna vez a ver a Doc y él no había tratado de arreglar su mundo? Una vez, incluso le había ofrecido un hogar con él. Se había negado, por supuesto, por miedo a que su padre pudiera montar en cólera y se desquitase con Doc si ella trataba de salir de casa. Pero nunca lo había olvidado. Este anciano habría luchado contra el mismísimo diablo por ella, incluso si hubiera sabido de antemano que, probablemente, perdería.
—Sé que lo harías, Doc. Gracias por eso.
—Sí, bueno… —Sonrió con ironía—. Creo que he desarrollado un cariño especial por ti, con los años. Tengo que admitir que estaba muy preocupado cuando escuché por primera vez te habías casado con Keegan. Entonces, después de pensarlo, decidí que tal vez era lo mejor que te podía pasar. Me alegra ver que yo tenía razón. Ya era hora de que tuvieras un hombre que te tratase decentemente.
—Me trata mucho mejor que simplemente decentemente —Caitlin se concentró en los sonidos que procedían del otro lado de la calle. Gritos enojados, que pedían justicia—. Oh, doctor, si Patrick pudiera decirnos quién le disparó. Van a asaltar la cárcel. Sólo sé que Beiler no moverá un dedo para detenerlos.
—No, probablemente no —respondió Doc preocupado—. Conociéndolo, seguro que no.
Doc acercó otra silla y se sentó junto a ella, con la mirada fija, preocupado con Patrick. Después de un largo rato, dijo,
—Incluso si Patrick pudiese hablar, tal vez no sabe quién le disparó. Como has dicho el hombre que lo hizo era un cobarde. Probablemente se escondió entre la maleza, donde Patrick no podía verlo.
—Y ellos —Caitlin hizo un gesto hacia la cárcel — ¿Piensan que Ace Keegan lo hizo? Escúchalos. ¿Dónde tienen la cabeza?
—La mayoría de esos tipos son hombres buenos, Caitlin. Están enfadados en este momento y no piensan con claridad, eso es todo.
—Me gustaría poder ser tan caritativa.
Doc suspiró.
—No los estoy defendiendo. No me mal intérpretes. Esto está muy mal. La mayoría de ellos son hombres mayores. Esos hombres conocían y les gustaba Camlin Beckett. Estuvieron indignados por su muerte.
—¡Eso ocurrió hace casi veinte años! ¡Eso no es excusa su comportamiento ahora!
—¿No lo es? —Doc arqueó una ceja, sus gafas capturaban la luz de la pequeña ventana del quirófano colocado en lo alto de la pared—. En su mente, la historia se ha repetido. El clan de los Paxton volvió a No Name, y la primera cosa que ocurrió fue que a uno de los suyos le habían disparado por la espalda de nuevo. Naturalmente, están enojados, y en el calor de su ira, quieren justicia.
Caitlin no lo había pensado de esa manera. Trató de hacerlo ahora.
—Lo único que sé es que les gustaría linchar a mi marido, y él es inocente. Cualquier persona debe ser capaz de ver eso.
Doc le apoyó una mano en la rodilla.
—Y tú estás enfadada con ellos por ser tan ciegos. No te culpo por eso. Al mismo tiempo, a pesar de estar equivocados por querer tomarse la ley por su cuenta, no puedo culparlos a ellos, tampoco. Disparar por la espalda, como he dicho, es un asunto desagradable. Es una pena que… —Se interrumpió y sacudió la cabeza—. Ah, nada.
—¿Qué? —presionó Caitlin.
—Oh, sólo estaba pensando en voz alta, eso es todo. Deseando que hubiera alguna manera de probar… —Su voz se apagó y se encogió de hombros—. No hay forma. Veinte años es mucho tiempo.
Patrick sacudió la cabeza sobre la almohada y empezó a murmurar en voz baja. Algo sobre Beiler y sus pérdidas en las mesas de póker. Caitlin deseó poder despertarlo de las pesadillas.
Cuando Patrick finalmente se calmó, centró su foco de atención de nuevo en el médico.
—¿Has dicho algo acerca de probar, Doc? ¿Probar que?
—Estaba pensando en lo maravilloso que sería si se pudiera probar que Joseph Paxton era inocente. Eso es lo que afirma Keegan, ¿verdad?
—Sí.
—¿Y bien? —Doc la miró a los ojos—. Es una pena que no lo puedas demostrar. O, al menos, poner un poco de duda en sus mentes. Eso les daría que pensar a esos individuos. Les haría dar un paso atrás y pensar un poco mejor en todo. Es algo terrible, colgar a un hombre inocente. Ninguno de ellos querría hacer eso. Si se calmasen durante unos minutos, todos se lo pensarían de nuevo.
Caitlin se había permitido tener esperanzas. Ahora se sentía abatida.
—Eso es sólo una ilusión, doctor. ¿Cómo podría demostrar que Joseph Paxton era inocente? Él y Beckett están muertos y enterrados, hace ya mucho tiempo.
Desde la habitación de enfrente llegó el sonido de una puerta que se abría, seguido rápidamente por pasos. Doc se levantó rápidamente de la silla.
—Verano, estación de constipados. Suena como si tuviera otro paciente —Fue hacia la puerta arrastrando los pies—. Si me necesitas, cariño, voy a estar a un paso de distancia. No lo dudes y llámame. A menos que llegue una emergencia, no habrá nada más urgente que lo que está pasando aquí.
Caitlin lo siguió con la vista hasta que desapareció, cerrando la puerta suavemente tras de sí. Luego se acercó a Patrick, alisándole el pelo, poniendo agua fría sobre la piel febril. Al menos podría hacer algo útil por su hermano.
Se sorprendió cuando escuchó la puerta abrirse de nuevo. Al levantar la mirada, vio a su amiga Bess entrando en la habitación. Sus miradas se encontraron. Los ojos de Bess estaban inundados de lágrimas.
—Sabias seguro que iba a venir —dijo en voz baja.
Caitlin asintió. Bess era esa clase de amiga. Siempre lo había sido. Palmeó la silla a su lado. Bess se sentó, con la mirada llorosa fija en Patrick.
—Oh, Caitie. Lo siento mucho. Lo siento muchísimo.
Caitlin escurrió el trapo otra vez, tratando de mantener el control.
—Puede que no lo supere, Bess.
—Lo sé. Me enteré de lo de Ace, también. ¿Estás, mmm… molesta por eso?
—Oh, Bess. Lo amo tanto. Me temo que esos hombres de ahí afuera lo van a colgar y no hay nada que pueda hacer para ayudarlo.
Bess le puso una mano en el hombro. No dijo nada. No había nada que decir.
Se hizo el silencio. La presencia de Bess era un consuelo para Caitlin mientras limpiaba la piel febril de Patrick, preguntándose con cada aliento si viviría o moriría.
Mientras trabajaba, la mente de Caitlin se mantuvo dando vueltas de nuevo a lo que Doc había dicho. Pruebas. Ahora que la idea se le había plantado en la cabeza se negaba a olvidarla. Sería maravilloso si en realidad pudiese ayudar a Ace. Le debía mucho. Mantenerse sin hacer nada, mientras que él se enfrentaba con este problema, casi le rompía el corazón.
Doc tenía toda la razón en una cosa. Si pudiera sembrar la semilla de la duda en las mentes de esos hombres, solo lo suficiente para hacerles cuestionarse la culpabilidad de Paxton, no estarían tan ansiosos por colgar Ace. En este momento, estaban pensando en él como en la astilla de un trozo de madera, el hijastro de un pistolero que disparaba por la espalda, en un hombre que había crecido con alguien con las mismas tendencias cobardes. Si pudiera hacerlos pensar, por un instante tan solo, si Paxton realmente no había disparado a Beckett, entonces se volverían a pensarlo todo de nuevo. Nadie quería ser responsable de colgar a un hombre inocente.
Sin dejar de pasar el paño por la frente y el rostro de Patrick, Caitlin le contaba a Bess lo que Doc había dicho.
—Me gustaría poder probar la inocencia de Paxton —concluyó en un susurro—. Oh, Dios, si pudiera.
—No veo cómo. Todo sucedió hace mucho tiempo.
Bess estaba en lo cierto, Caitlin lo sabía. Aun así, no podía evitar desearlo.
Mientras mojaba los brazos de su hermano, Caitlin repitió todo lo que Ace le había dicho sobre el pasado. Como Joseph Paxton pagó mil dólares por el Circle Star en St. Louis. Como viajó hasta el oeste, y su trágica muerte cuando finalmente llegaron aquí. Si hubiese alguna forma de que ella sembrase alguna duda. Alguna forma, de que esos hombres de fuera se hicieran algunas preguntas. ¿Qué pasaría si Paxton había sido inocente? ¿Y si su padre y sus amigos habían colgado a un hombre inocente? ¿Y si en realidad Paxton había pagado mil dólares por el Circle Star? ¿Y si realmente había sido estafado?
Al sentir la frialdad de la tela, Patrick movió la cabeza hacia un lado y otro, en la almohada, divagando sin sentido. Doc le había advertido que podría pasar.
—Maldito gato —murmuró, haciendo sonreír a Caitlin. Sabía que su hermano debía estar soñando con Lucky—. Va a llover. Tengo que seguir cortando el heno —Se lamió los labios resecos, luego frunció el ceño. La expresión se volvió de repente atormentaba. Se frotaba los puños y logró soltar el brazo de su agarre—. Caitlin. Tengo que decírselo… las cuentas. Los libros de cuentas. Be… Beiler. Decirle a Caitlin.
—Patrick —Caitlin murmuró con dulzura—. Son sólo sueños, Paddy. Estoy aquí. El heno esta ya cortado. Los libros de cuentas pueden esperar. Está bien. No te preocupes. Shhh.
Ante el sonido de su voz, Patrick se movió con más violencia y abrió los ojos, ojos que parecían no reconocer a nadie.
—Me tienes que escuchar —dijo con voz ronca—. Mira en el libro de registros, Caitlin. Y en el libro de cuentas. No, no Beiler. ¿Me lo prometes?
—Te lo prometo, Paddy. Lo prometo —Caitlin llevó la mano a la frente caliente de su hermano, creyendo que sus palabras eran el resultado del delirio—. Te quiero, Patrick. No quise decir lo que te dije el otro día. Te quiero tanto. ¿Me oyes? Te quiero Patrick. No importa qué pueda pasar, siempre te querré.
Parecía que los ojos se le aclararon por un segundo. La miró fijamente a la cara, con expresión suplicante.
—Perdona…me. Perdóname, Caitlin. Lo siento. Lo siento mucho. No más whisky. Lo juro. No más.
—Lo sé. Lo sé —susurró—. Nunca vas a beber de nuevo. Nunca más. Lo sé. Ahora, cállate, Paddy, duerme. Tienes que ponerte bien.
Caitlin hizo todo lo que puedo para evitar que las lágrimas le brotasen de los ojos. Le hacía mucho daño verlo así, a sabiendas de que probablemente no viviría. Era tan joven. Como le había dicho, lo quería y siempre lo haría, no importaba lo qué hiciese.
—Duérmete ahora —instó—. Me quedaré aquí, Patrick. No me voy. Duérmete.
Le cogió la mano y la apretó con una fuerza sorprendente.
—No. Tienes que ir a casa. Mira el libro de cuentas, ¿lo prometes?
Caitlin sintió un escalofrío por la espalda. ¿Era delirio? ¿O era su hermano tratando desesperadamente de decirle algo?
—¿Qué libro, Patrick? ¿De qué estás hablando?
Bess se inclinó hacia delante en la silla, con los ojos brillantes de emoción.
—Caitlin, ¡está tratando de decirte algo!
Los músculos de la garganta de Patrick se distendieron. Tragó saliva tratando de respirar.
—El diario de papa. Como dijo Doc, allí hay pruebas. Casa. Vete a casa. Prométemelo
—Muy bien. Lo prometo —Caitlin le dio un apretón con la mano y miró inquisitivamente a Bess—. Te lo prometo, Patrick. Todo se va a arreglar. Duérmete. Descansa.
Cerró los ojos. Descansó la mano sobre la de ella, y luego se relajó. Durante un largo rato, Caitlin y Bess simplemente estuvieron allí sentadas mirándolo.
—Doc me advirtió de las locuras que contaba por la fiebre tan alta —le susurró a su amiga.
Los ojos verdes de Bess parecían enormes en su rostro pálido.
—¿Es una locura? Esa es la pregunta. El tío Bart puede haber estado escuchando a medias. Como médico, a menudo tiene la mente en el tratamiento de su paciente y apenas escucha lo que le dicen. Oh, Caitlin, tal vez debas ir al rancho. Ir a mirar en los libros de cuentas y de registros.
A Caitlin le daba miedo darle importancia a las murmuraciones de un hombre delirante.
—Oh, Bess, ¿a ti te lo parece?
Bess le arrebató el trapo mojado de su mano.
—Me sentaré aquí con Patrick. Ve, por amor de Dios. ¿Qué tienes que perder?
—Nada —Se dio cuenta Caitlin—. Absolutamente nada.
Se puso en pie lentamente, con el corazón acelerado. Era una posibilidad remota. Probablemente una total pérdida de tiempo. Pero ¿qué lograba quedándose allí? Su padre había mantenido libros de cuentas, diarios y libros de contabilidad. Estaban en los estantes de su estudio, acumulando polvo. ¿Había encontrado Patrick algo en ellos? ¿Algo que podría haber conseguido que le disparasen por la espalda por su descubrimiento?
La historia se repite, había dicho el doctor. Querido Dios. ¿Cómo podía haber sido tan estúpida? Alguien había asesinado Camlin Beckett hacía veinte años. Si no fue Joseph Paxton, ¿entonces quién? Las balas no fueron disparadas por fantasmas. Alguien había disparado a Beckett en la espalda. Alguien que aún podría estar vivo. Alguien que, probablemente, no dudaría en matar de nuevo, si se sintiera amenazado de que lo descubriesen.
Caitlin se apresuró a salir del quirófano.
—¿Doc? ¡Doc. ! Necesito hablar contigo.
—¡Sólo un segundo! —dijo. Habló en voz baja a otra persona, y luego salió al pasillo donde Caitlin le esperaba—. ¿Qué ocurre, muchacha? Parece como si hubieras visto un fantasma.
Caitlin le agarró las dos manos, tan emocionada que tuvo que tragar antes de poder hablar.
—Doc —susurró con urgencia—, no piense que estamos locas, pero Bess y yo creemos que, tal vez, Patrick encontró algo en casa, en los libros de registro de nuestro padre. ¡Algo para demostrar que Joseph Paxton no disparó a Beckett!
El anciano médico le apretó las manos.
—Sé que ha estado divagando acerca de algún tipo de libro, cariño, pero no debes tener mucha esperanza en ello. Está mal de la cabeza.
—¿Es eso? ¿O ha estado tratando de decirnos algo? —Cerró los ojos por un momento, tratando de calmarse—. Oh, doctor, tengo que intentarlo. Me voy a casa para ver lo que puedo encontrar. No debes decirle a nadie lo que estoy haciendo. ¿Me lo prometes? Si Bess y yo llevamos razón, ese puede ser el motivo por el que dispararon a Patrick.
—Buen Dios —Los ojos del doctor se oscurecieron con preocupación—. Nunca pensé en eso. Diarios y libros. Eso es todo lo que ha estado diciendo desde que lo trajeron.
La esperanza brotó dentro Caitlin. Una esperanza casi violenta.
—Doc, podría llevarme horas. Mientras tanto, los hombres de ahí podrían decidirse. Son como una escopeta medio amartillada, a punto de disparase, y pueden colgar Ace antes de que vuelva. Tienes que ir allí y hablar con ellos. Trata de tranquilizarlos. Impide que hagan algo estúpido. ¿Lo harás por mí, por favor?
Doc. Le soltó las manos y la agarró por los hombros.
—Voy a intentarlo, cariño. Por ti, lo intentaré.
Caitlin le echó los brazos al cuello y le dio un fuerte abrazo.
—¡Gracias! Nunca olvidaré esto. ¡Nunca!
Se giró y salió corriendo del edificio.